Frecuencia y presencia: la dimensión espiritual del diseño sonoro.
Desde niño me empezó a interesar el sonido. A los 19, me transformó. Fue una noche cualquiera, pero con una intención precisa: tomar LSD en grupo con mis primos para escuchar The Dark Side of the Moon de Pink Floyd :) . No era un trip sin rumbo: era un ritual sonoro. Recuerdo que el tiempo dejó de funcionar como lo conocía. Las guitarras flotaban, los relojes del álbum parecían colapsar mi idea de los minutos. Cada frecuencia me tocaba algo profundo. No estaba “escuchando música”, estaba viviendo dentro de la música.
Años más tarde supe que esto no era solo percepción personal: los psicodélicos como el LSD activan regiones del cerebro que hacen que las redes neuronales se comuniquen más ampliamente, distorsionando la percepción del tiempo y generando una experiencia sinestésica (1). Esa noche fue mi iniciación. Allí nació mi búsqueda de un diseño sonoro espiritual.
No es casualidad que The Dark Side of the Moon de Pink Floyd se haya convertido en un hito obligatorio para cualquier diseñador sonoro. Lanzado en 1973, este álbum revolucionó la forma en que concebimos la producción musical, integrando sintetizadores analógicos (como el EMS Synthi AKS), grabaciones de campo, loops de cinta y paisajes sonoros diseñados con precisión quirúrgica. Alan Parsons, el ingeniero detrás del sonido del disco, empleó técnicas pioneras de paneo estéreo, eco de cinta y manipulación de la dinámica que sentaron las bases del diseño sonoro moderno. Incluso el uso simbólico de los relojes en “Time” o los latidos en “Speak to Me” no son simples adornos: son estructuras narrativas hechas con frecuencia y espacialidad. El álbum no solo se escucha, se habita. Su mezcla ha sido referencia de estudio en universidades de ingeniería de audio y sigue apareciendo como benchmark en pruebas de fidelidad auditiva. Curiosamente, The Dark Side of the Moon ha permanecido más de 950 semanas en el Billboard 200 —más que cualquier otro disco en la historia— lo que habla de su vigencia como obra sensorial y espiritual.
La ciencia detrás de lo invisible
Con el tiempo descubrí la psicoacústica, una rama de la ciencia que estudia cómo el cerebro interpreta el sonido. Es una disciplina que combina neurociencia, psicología, física y arte. Comprendí que no basta con que algo “suene bien”: el sonido debe sentirse. Hoy sabemos que ciertas frecuencias afectan el sistema nervioso autónomo, reduciendo la frecuencia cardíaca, induciendo relajación profunda o estimulando estados de alerta (2).
Una de las técnicas más fascinantes que aplico es el entrainment o sincronización de ondas cerebrales con estímulos auditivos. Mediante pulsos rítmicos o drones de ciertas frecuencias, puedes inducir ondas cerebrales alfa o theta, asociadas a meditación, sueño, concentración o incluso sanación (3). Este tipo de diseño sonoro no solo embellece una experiencia, la expande espiritualmente.
Cuando trabajo en experiencias inmersivas —desde cenas sensoriales hasta rituales contemporáneos— siempre repito la misma máxima: el diseño sonoro debe estar presente sin ser notado. Debe integrarse con la atmósfera como el perfume en una habitación: no lo ves, pero cambia todo. Si el sonido domina, distrae. Si desaparece, empobrece. La virtud está en la sutileza.
Uso grabaciones de campo, instrumentos acústicos, síntesis digital, diseño de efectos y hasta sonidos creados a partir de la propia respiración humana. Y sí, también el silencio: ese gran olvidado. El silencio bien implementado puede generar más tensión o alivio que cualquier nota. Saber cuándo callar el sonido es tan importante como saber cuándo intensificarlo.
Diseño Sonoro para cortometraje “Muro” Dir. Jimena Huesca, Diseño sonoro: César DelPino
Lo que vibra, transforma
Una verdad fundamental: todo vibra. Desde las partículas subatómicas hasta nuestras emociones. Por eso creo que el diseño sonoro debe tener conciencia vibracional. No se trata solo de hacer música bonita: se trata de asumir la responsabilidad de cómo lo que suena puede sanar, alterar o incluso manipular.
Estudios han demostrado que sonidos específicos —como los cantos armónicos o ciertas escalas modales— inducen coherencia cardíaca, estimulan la liberación de dopamina y oxitocina, y ayudan a regular la ansiedad y el estrés (4). En otras palabras, un diseño sonoro bien intencionado cura.
Escuchar como forma de vida
La escucha activa no es solo una técnica, es una postura existencial. Escuchar con atención transforma. Hay estudios que demuestran que las prácticas de meditación sonora y atención plena modifican físicamente la estructura del cerebro, aumentando la densidad de la materia gris en áreas asociadas a la compasión, la empatía y la autorregulación (5).
Aprender a escuchar nos convierte en mejores creadores, mejores personas, mejores seres humanos. Por eso siempre digo que el diseño sonoro no es trabajo técnico: es una práctica espiritual.
¿Por qué necesitas un diseñador sonoro que entienda esto?
Este artículo está dirigido a productores, curadores de experiencias, arquitectos sensoriales y creativos que entienden que una atmósfera bien diseñada no solo embellece: transforma. He trabajado en eventos de arte, cenas inmersivas, rituales contemporáneos, instalaciones sonoras y lanzamientos de marcas. No hago “ambientación”. Hago comunicación a través del sonido.
Cada proyecto es una oportunidad para usar las frecuencias con intención. Si estás diseñando una experiencia donde el sonido es más que fondo, hablemos. No pongas tu evento en manos de quien no escuche. Porque escuchar es el primer acto de amor.